A solas se introduce en mi oído
como un acúfeno intolerante y rítmico,
que no puede evitar atropellarme en mitad de la noche
y termino pensando que aquí no pasa nada,
que no ha cambiado nada, porque el esfuerzo inútil
es la senda directa
a la melancolía que me abruma,
pero nunca es cuestión de vida o muerte,
y nada que me haga perpetrar
un mal crimen de sándalo aromático.
Yo no voy a perder mi vocación de jungla
ni mi extrema memoria vegetal,
porque tres gatopardos
se olviden de su instinto predador.
Puedo hacer equilibrios en el filo
de un cuchillo de niebla y pensar, mientras tanto,
que bailo entre las ganas que tengo de morder
y estas otras, tan nuevas,
de soltarme, consciente, al aire del olvido.
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