Alíviate de luna y veronal
en el pálido claro de mi letra.
No guardes tu tristeza enmohecida
no guardes tu memoria
déjamela en los ojos.
Y el hacedor de luces y tinieblas
encaja las mandíbulas
para no devorarme mientras lloro.
Está el aire borracho de gaviotas
ebrio de cormoranes
cuando pisas mi arena con tu planta felina.
Qué traes en la mirada del recuerdo
que se oscurece el mar cuando lo miras
y abres todas las puertas de sus olas.
Qué me va a suceder cuando te vayas
mar adentro sin mí
y no te encuentre al extender los ojos
sobre su antigua ondulación profunda.
No voy a perdonarte si te llevas mis verdes
y equivocas la hora de anochecer conmigo
por más que te confunda la distancia
y cierren sus corolas las anémonas
al canto de tu fiebre vesperal.
Ay mi amor flaco y loco, Ay miamormío
qué música me vas a regalar
cuando el viento del Sur sople a favor
y yo largue las velas de la amnesia
como si el mundo no hubiera existido.
Qué luz arrojaremos por la borda
para que nadie encuentre
nuestro rastro de espuma
sobre el vivo cristal encabritado.
Muchas preguntas para un desayuno.
Entonces, la vigilia de la noche lluviosa,
la aurora que no llega porque se pudre en gris
y un agujero cósmico en mi estómago
que llenaré de ti cuando regreses.
Aquí los niños no cruzan fronteras
ni tienen el cerebro lavado en el terror.
No cargan rifles ni aprenden a matar
cuando aún no son hombres,
pero también la vida los maltrata,
los viola a escondidas, los golpea
y pagan por las culpas de los padres
y por la crueldad de los frustrados.
Aquí no hay negociadores duros
que se juegan la vida por la suya,
y no se entera nadie del abuso que sufren
hasta que el hospital alerta del maltrato
si es que las lesiones resultan evidentes
por excesivas.
Me visto con tu letra, me la pongo
para salir al día acariciada
y algo de ti se pega a mi deseo
y me mantiene alzada
aunque emerjan los puños de las sombras.
Cuando vuelvas
con las manos repletas de niñez dolorida
y el ánimo abatido por el olor a muerte,
yo estaré, como siempre, acrobática y verde
como una fruta nueva
en el árbol del tiempo que nos une.
Dónde estará la niña, la muchacha
que se bebía el mundo sorbo a sorbo,
dónde la rebeldía del amor
al que siempre le puso voz y rostro.
Dónde estará el muchacho que lograba
torcerle el brazo al porvenir furioso.
En qué lugar de espanto se hizo hombre
y se olvidó de amar como los otros.
No quiero hablar de míseros desgastes,
de jaulas, de cadenas, de un nosotros
tan hiperrealista que dé asco,
siempre en la cuerda floja de los solos,
pendulares según soplen los vientos
y hastiados de roturas y abandonos.
Prefiero que las nuevas cicatrices
que nos puedan marcar sean de asombro,
aunque amanezca el día y no te encuentre
porque te hayas perdido en otros ojos.
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